último Día de Carnaval , salen las viudas de JOSELITO CARNAVAL Foto: archivo personal Gabriel Briñez.
Hoy queremos traer un escrito que nos compartió Maria Angelica Sanchez Ruiz , quien hace parte del grupo FRENTE CULTURAL ATLÁNTICO.
Este año es distinto en cuestión de carnaval , no hubo ida la vía 40 ni tampoco guacherna, ni viernes de reina; este año la REINA fue Barranquilla, por cuestiones de salud este año 2021 el CARNAVAL DE BARRANQUILLA fue distinto fue de manera virtual , cabe recodar que las carnestolendas han sido suspendidas tres veces en toda la historia de Barranquilla para la Guerra de los 1000 Días (2años) y luego en el año de 1947 cuando se presente un accidente aéreo en la ciudad de Bogota donde falleció el reconocido Futbolista Romelio Martinez.
Este año se ha hecho de manera virtual por la pandemia del COVID-19 a nivel mundial.
Y para no cerrar este Martes de Carnaval hemos querido compartir el escrito hecho por el premio nobel de literatura Gabriel Garcia Marquez titulado "EN EL VELORIO DE JOSELITO". Es una Obra Periodística 1: Texto Costeños - Gabriel García Márquez escrita en febrero 1950 («La Jirafa», por Septimus; El Heraldo, Barranquilla)..
EN EL VELORIO DE JOSELITO
Obra Periodística 1: Texto Costeños - Gabriel García Márquez.
Febrero 1950 («La Jirafa», por Septimus; El Heraldo, Barranquilla)
A las cinco lo pusieron en cámara ardiente. Ardiente cámara de grito y aguardiente para ese Joselito estrafalario y disparatado que más que tres de vida desordenada tuvo tres días de agonía sin remedio.
El toro y el tigre -a las cinco- conocieron la noticia y debieron pensar, simplemente, que Joselito se había disfrazado de muerto para bailar la danza de los cuatro cirios, puesto de través en cualquier mostrador de mala muerte. Sin embargo, cuando se confirmó la noticia y se dijo sin lugar a dudas que el desabrochado José estaba auténtica, definitiva y físicamente muerto, el tigre y el toro se vinieron trastabillando por los breñales de su propia borrachera, perseguidos por un dolor de cabeza sordo, mordiente, que era montaraz y primitivo por ser dolor en cabeza de tigre y de toro. Y, en efecto, Joselito estaba ahí, frío y sin sentido, tan desoladamente frío y tan sin sentido como lo estuvo durante sus tres días de tambaleo entre el júbilo y el fastidio.
Sobre un mostrador, rodeado de copas vacías, estaba sobrellevando su muerte desarreglada, su apetecido y último reposo, como un domingo común y corriente que hubiera agonizado más de lo permitido y hubiera venido a morir en un fatigado amanecer de miércoles de ceniza.
A las cinco encendieron las velas. Pero no fueron las cuatro velas cristianas, sino un montón de velas baratas, trasnochadas, con las cuales se bailó en torno al muerto la última cumbiamba de fastidio y cansancio, mientras los enterradores cavaban un hueco limitado, estrecho, donde cabría Joselito con su martes y las calaveradas, pero no cabría el guayabo de los sobrevivientes.
El toro y el tigre, cuando clavaron el ataúd, echaron las máscaras adentro creyendo que el dolor era sólo de máscara, pero era -para desgracia del tigre y el toro- auténtico e irremediable dolor de cabeza humana.
Las plañideras lloraron con voz ronca, masculina, junto al cuerpo tumbado de un Joselito merecidamente muerto, para quien el único disfraz soportable era ese irremediable y cómodo disfraz de madera con que habría de presentarse el miércoles a la gran fiesta del carnaval metafísico.
Tal vez lo sabían las plañideras. Tal vez lo sabían los enmascarados que se fueron a cantar al velorio su pasodoble de insomnio, para que el toro saliera a embestir sus últimas verónicas de aburrimiento. Porque allí, junto al mostrador, estaban todos los incautos que tuvieron fe en la desenfrenada demagogia pirotécnica de Joselito.
Los que creyeron en su oratoria populachera, los que admitieron su redentora política de candidato a la primera magistratura del disparate. Todos estaban allí, decepcionados, rogando en secreto que no estuviera completamente muerto para matarlo verdaderamente por segunda vez.
Joselito murió como lo que era: como un farsante de lona y aserrín,
que despilfarró todo un capital de desprestigio en tres días de desprestigios consecutivos. Su rosario póstumo fueron siete avemarías de maldiciones por cada padrenuestro de vituperio, mientras el cadáver, caminando ya hacia el paraíso de los desperdicios domésticos, iba dándose golpes de pecho en una última danza de contrición.
Empezaba a amanecer cuando llegó el gallinazo. Ridículo y astroso,
llegó olfateando el mostrador donde Joselito no acababa todavía de abrocharse su disfraz de fantasma venido a menos.
En ese instante se apagaron las velas y los bailarines terminaron su prolongada cumbiamba funeraria. El toro y el tigre, abrazados en la santa confraternidad zoológica de una borrachera hermana, iniciaron del otro lado del mostrador los compases del himno en tiempo de bambuco melancólico.
Mientras que Joselito, a salvo ya en la otra orilla de la semana, reía como el papagayo bisojo y medio cínico del verso, contando los incautos a quienes les «saldría en ese castillo sin límites ni claridad que debió ser para ellos el miércoles de ceniza.
Agradecimientos al grupo FRENTE CULUTAL ATLÁNTICO y a nuestra amiga Maria Angelica Sanchez Ruiz por este aporte a la cultura de Barranquilla
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